De los momentos vividos y padecidos, momentos que nos guste o no, nos demuestra que estamos vivos.
Nos enseñan que la sangre que corre por nuestras venas, arterias y capilares, no es un mero combustible que permite que nos movamos. Sino que es un transmisor de sensaciones; un medio para llevar a cada recodo de nuestra fisionomía, un pedazo de una emoción que en ocasiones hace estremecer todo nuestro cuerpo.
La tendencia de la gente es la de valorar todo lo que le ha ocurrido y clasificar esos hechos como positivos o negativos. Pero poca gente es capaz de valorar lo importante de todos estos sucesos y recuerdos; lo importante de lo vivido. Se pase bien o se pase mal, todo lo que nos ocurre y sentimos nos demuestra que estamos vivos, que somos seres con la suficiente capacidad como para sufrir, para divertirnos, alegrarnos, entristecernos, cabrearnos y sentir toda una serie de emociones, que nos dintingue como humanos.
Quedémonos pues con lo vivido y sentido; y no lo clasifiquemos como algo bueno o algo malo; sino como algo vivido y aún presente, o como algo vivido y ya superado.