7/5/13

Sumergido en la bañera

Mis oídos sumergidos en el agua de la bañera. Se va el ruido del mundo. Sólo existe el vacío que dejo que invada mi mente.

Una forma barata de evadirme sin tener que escapar a kilómetros de aquí, sin coger carretera y huir.

Ese momento en que sólo es mi propio cuerpo el que habla conmigo. Aire entrando y saliendo de mis pulmones, susurrando; el corazón charlando a base de latidos. Me recuerdan algo que por momentos, por el día a día, se me olvida. Me recuerdan con esta conversación, que tengo vida.

Es un sin parar de cosas que hacer, a eso se reduce parte de la rutina que envuelve los días. Cosas que hacer, cosas que en la mayoría de casos no aportan más que agobio, estrés o frustración.

El agua empieza a estar fría, toca salir de mi mundo; toca volver a entrar en el mundo.

19/3/13

Barriendo la casa de la playa.


Un día lo llamaron para trabajar en la limpieza de una casa en la playa. Una casa grande y aparentemente bonita. La casa estaba en primera línea de playa en una zona en la que la temperatura era siempre agradable.
Ilusionado con poder hacer más que limpiar, y demostrar que podía aportar mucho más. Al llegar, el dueño le explica que quiere que barra la arena que entra en la casa y le da una escoba.
Cada día barre la casa, y quita toda la arena que puede, se aplica día a día. Pero ve que cada día se encuentra arena en la casa; no se lo explica. Pero sigue barriendo. Deja caer que sabe hacer muchas más cosas, que puede fregar, puede cocinar, puede pulir el suelo, arreglar el jardín de atrás y un largo listado de cosas. Le dice al dueño de la casa que puede hacer otras cosas, pero la respuesta es siempre la misma: “lo que quiero es que barras la arena, es lo que hay que hacer”. Cada vez le cuesta más y más levantarse e ir a trabajar, sabe que lo único que le espera es una escoba y arena par barrer.
Hoy llega un poco antes de lo normal y ve que las ventanas ya están abiertas. No las abren por la mañana, las dejan abiertas siempre; así normal que entre tanta arena. Se lo dice al dueño de la casa, le pregunta si ha sido un despiste y le dice que no, que las ventanas se dejan abiertas siempre. Le insiste en que si las deja abiertas siempre, nunca dejará de entrar arena, y él tendrá que dedicarse sólo a barrer, cuando puede hacer muchas más cosas. La ilusión vuelve por un momento, pensando que el dueño de la casa cederá, cerrará las ventanas por las noches y entrará menos arena y él podrá hacer otras cosas y podrá demostrar su valía en otras tareas. Pero no tiene suerte, las ventanas se dejan abiertas; no sabe si es porque no quiere cerrarlas o porque no sabe cómo cerrarlas. Frustrado, decide irse a otro lado en cuanto pueda, y en donde pueda hacer algo más que barrer.
Y éste es uno de los grandes problemas de la falta de productividad de las empresas de nuestro país. El que puede cerrar las ventanas para que deje de entrar arena y así poder aprovechar las capacidades de su equipo, no lo hace o no lo sabe hacer. Y el que quiere que se cierren las ventanas para poder hacer más cosas y de más nivel y mejorar la productividad, sólo le dejan utilizar la escoba.