28/10/11

Capítulo Uno. Un pequeño avance.

Aún recuerdo ese día en que tu mirada me acariciaba minutos antes de que fueran tus manos las que, poco a poco, me quitaban la ropa para que tus labios pudieran besar me cuerpo cada vez más desnudo.

Ahí fue donde empezó mi cúmulo de obsesiones que, en un alarde de decisiones precipitadas me han llevado de un ático en new York, a un piso compartido en una ciudad italiana. Obsesiones que han conseguido que abandonara mi estudio fotográfico, en donde recibía a las más variopintas personalidades del papel couché, en busca de una foto firmada por mi, a simplemente sacar de paseo una cámara para fotografiar por puro entretenimiento.

He de reconocer que, lejos de una macro-metrópoli y lejos del supuesto glamour de los focos y cámaras de última generación, me he encontrado con una calma que se me antoja adictiva. Aunque nunca había entrado en mis planes estar tan lejos del que fue mi lugar de nacimiento, tan lejos del que fue mi hogar y mi lugar de trabajo, ni tan lejos de la vida con la que siempre había soñado desde que aquella cámara Leica M4-2 llegó a mis manos; pobre del turista que la perdió, no sabía que su cámara comprada por capricho, se convertiría en mi mejor amiga, y motivo de mis ambiciosas pretensiones de vivir de la fotografía.